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Extracción y tráfico de arena ponen en riesgo a playas mexicanas; Holbox, Cozumel y Cancún las más saqueadas

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En Holbox, “los camiones llegan de noche, cuando ya no hay gente en la playa”. Ahí, la arena es uno de los recursos más codiciados. Nadie recuerda cuándo empezó el robo, pero sí que se realiza entre las 9 y las 11 de la noche, en las playas cercanas a Punta Cocos, en el lado oeste de la isla.

“Entran con máquinas y volquetas, llenan el camión y se llevan la arena a otro predio particular. Después ya no queda nada; es un negocio”, expresa un ambientalista experto en zonas turísticas, a quien llamamos Javascripter para ocultar su identidad por cuestiones de seguridad.

La extracción de arena “puede ser a nivel hormiga o a nivel industrial. Hay poco registro, pero sabemos que se hace”, dice Rodolfo Silva Casarín, del Departamento de Ingeniería de Costas de la UNAM.

“En el Caribe, donde se tienen desarrollos muy importantes, si tu playa no es bonita como para la explotación turística, buscas cómo mejorarla. Me ha tocado ver hoteles que tienen su propia bomba de extracción”.

El problema, asegura, es que nadie vigila. México cuenta con cerca de 11,500 km de playa, y en zonas menos turísticas el control desaparece.

A principios de septiembre de 2018, la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente ( Profepa), entre 2013 y 2018, registró 89 denuncias por extracción o explotación de arena en el país, con Oaxaca, Chiapas y Jalisco a la cabeza.

En Cozumel, Quintana Roo, por ejemplo, al norte del club de playa conocido como ‘Punta Morena Restaurant-Bar’, en el kilómetro 44 de la carretera costera oriental, la Semarnat registra que “se realizó extracción de arena en dos puntos de una duna costera. Al parecer la arena fue extraída utilizando trascabo y camiones de volteo”.

La arena es uno de los recursos naturales más demandados en el mundo. Su extracción excede ya 47,000 millones de toneladas al año, el doble de sedimentos que llega a las playas para regenerarlas, según el reporte Sand, rarer than one thinks, del Servicio de Alerta Ambiental Global de Naciones Unidas en 2014.

La construcción, por sí sola, está detrás del consumo de entre 25,900 y 29,600 millones de toneladas para preparar cemento. Lo suficiente como para levantar un muro de 27 metros de alto a lo largo del Ecuador, indica el informe.

En México, la erosión de paraísos como Cancún o la Riviera Maya, que viven de sus playas, y el boom de la construcción de los últimos años han impulsado este fenómeno.

“Los empresarios necesitan el material para subsistir y continuar haciendo rentables las inversiones hoteleras”, menciona Javier. Y la arena tiene que salir de algún lado.

La Ley General del Equilibrio Ecológico y la Protección al Ambiente (LGEEPA) establece que el responsable de las actividades de extracción sin permiso podría recibir una multa de entre 30 y 50 mil Unidades de Medida y Actualización, de acuerdo con lo establecido en el artículo 171. Sin embargo, la extensión de los litorales y la falta de vigilancia hacen difícil erradicar la extracción irregular de arena en las playas del país.

Los efectos del robo de arena son devastadores. En promedio, 70% de las playas en México tienden a erosionarse por la falta de sedimentos, la construcción de presas que limita el arrastre hasta el mar, o por la cantidad de moluscos o especies.

En el Caribe, por ejemplo, a la erosión crónica se suma el aumento del nivel del mar, que provoca que se vayan perdiendo las playas, lo que perjudica a los inversionistas y desarrolladores en la región.

El académico estima que bombear un metro cúbico de arena cuesta entre 10 y 20 dólares: “Es lo que te deja un día de turismo. Pero si no la tienes, pierdes mucho más”.

A estos problemas se suman las construcciones costeras. “Estas obras están secuestrando arena en ciertas zonas y evitan que ésta se propague a lo largo de la costa. Desde hoteles, que se adentran en la playa, hasta construcciones y casas que llegan incluso al mar, con contacto en la zona de playa, o las escolleras que se han hecho en algunos ríos, como el río Sinaloa”, apunta Armando Villalba Loera, director de la consultora Mazcosta.org.

Con información de Expansión